La historia del tomate
Hoy en día no entenderíamos la dieta mediterránea sin el tomate… y esto resulta curioso, puesto que el tomate viene de muy, muy lejos, en concreto de las montañas costeras de América central y América del sur, donde crece de forma silvestre. Las gentes de esta zona, en tiempos de la América precolombina conocían el tomate en su forma silvestre, pero no tenemos ninguna prueba que pruebe, de forma contundente, que se lo comieran… cosa que sí hicieron -con toda seguridad- los aztecas.
Cuando el tomate llegó a América Central, la civilización maya lo cultivó y le adjudicó propiedades mágicas. Los aztecas también conocieron y se beneficiaron de las propiedades del tomate: fue en sus ciudades donde los europeos observaron por primera vez su cultivo.
Los aztecas fueron quienes les descubrieron la fruta a los conquistadores españoles, que fueron quienes, finalmente, trajeron la hortaliza a Europa. Esto ocurrió en torno al año 1500. Sin embargo, no sería en España sino en Italia donde más rápido se popularizaría el uso del tomate. No en vano, los italianos bautizaron al tomate con el nombre de pomodoro, que quiere decir manzana de oro. Esto lleva a pensar que, seguramente, la primera variedad de tomate que se introdujo en Europa fuera de color amarillo, ya que los italianos difundieron el nombre pomo d’oro, que significa manzana dorada
Por si esto fuera poco, la mención más antigua al tomate que se conoce fue la del veneciano Pietro Andrea Mattioli, un médico y naturalista que, en el año 1544, recomienda sazonarlo con sal, pimienta y aceite… pese a lo cual, no sería hasta el siglo XVIII, cuando el tomate se convirtió en ingrediente principal de la pizza. En cuanto a la palabra tomate, apareció impresa por primera vez en 1595.
Una de las formas más habituales de consumir tomate es en salsa. ¿Sabes quién publicó la primera receta? a la cocinera americana Maria Parloa, quien en 1872 publicó un libro de cocina. Pocos años después, el tomate se hizo popular cuando Joseph Campbell comenzó a vender sopa de tomate condensada. Las propiedades ácidas del tomate lo convierten en un excelente candidato para ser envasado en lata, y a finales de siglo XIX era enlatado en cantidades asombrosas.
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