Naranjas como panes
En la columna La Vida Buena del diario La Nueva España.
A día de hoy confieso que no sé si las naranjas de Lola son más negocio para mí (o para usted) que para Lola o a la inversa. Pero mientras tanto hablaré de lo que más me admira, que es el hecho de llamar por teléfono a una empresa valenciana de Cullera, junto a Sueca, ser atendido por un personal de infrecuente amabilidad y antes de veinticuatro horas tener en mi casa una caja con cuarenta y ocho naranjas exquisitas y estupendo calibre (15 kilos) a cambio de 32 euros. Aunque lo mejor es que me digan que primero las pruebe y luego, si son de mi agrado, les haga llegar el importe de la forma que me sea más cómoda. La verdad es que en España uno no está acostumbrado a este trato, ante el que el más aguerrido chorizo se entregaría sin remedio. Porque, ¿quién sería capaz, después de todo eso y de probar la excelsa calidad de la mercancía, de no buscar la sucursal bancaria más próxima y transferir de inmediato la cantidad debida?
Los tipos más duro de mi entorno hacen cálculos y me dicen que me sale la naranja a 70 céntimos la pieza, o sea a unas ciento quince de las antiguas pesetas. Y es cierto que el otro día pude comprar otras navel en oferta que no estaban nada mal en la frutería de al lado de casa a cinco veces menos cada pieza. Pero no son lo mismo, arguyo; pero cuestan mucho menos, me contraargumentan. No lo sé. Pero confieso que estoy enganchado a las navel de Lola, porque una calidad similar en naranjas hacía mucho tiempo que no pasaba por mi boca. No se me da nada rentabilizar convencionalmente inversiones, pero los epicúreos somos así: pagamos lo que haga falta por el placer inmediato, sin preocupamos de más. O sea, una ruina humana a los ojos de mi cuñado con raíces castellanas que me lo reprocha de continuo: acabarás en la beneficencia como sigas así, me reprocha.
Ferrán Adrià
A mí saber que consumo las mismas naranjas que el Rey de España o que las que llegan a las cocinas de Ferrán Adrià, de Abraham García, de Santi Santamaría, de Andoni Adúriz o de Martín Berasategui me hace bastante ilusión, porque pienso igual que éste último cuando asegura que se trata de «un fruto dorado y jugoso hasta la perdición».Federico Aparici, su esposa Lola Colomar y sus hijos tienen las chispa de los buenos comerciantes mediterráneos para vender bien un buen producto. De entrada, no cobran los portes hasta el domicilio porque se supone que eso lo compensan con lo que ahorran de eludir al menos a un par de intermediarios. «Chapeau» para ellos como pioneros en la venta por internet. Por esa vía el cliente puede tener en casa a las pocas horas naranjas navelinas (de diciembre a enero), navel lane late (de febrero a mayo), sanguinas (de diciembre a mayo), pomelos rosa o limones (en igual período). Recién recogidas del árbol, cultivadas en la propia finca sin aditivo alguno ni potenciadores de color o desarrollo y regadas con el agua del manantial que tienen dentro de ella.